El poder económico invisible y el desafío de China
Estrategia$
Lunes, 8 de septiembre de 2025
En 2011, el Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich (ETH Zürich) reveló que poco más de 1,300 corporaciones transnacionales generaban el 60% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, y que 147 instituciones financieras controlaban indirectamente ese entramado mediante redes de propiedad cruzadas.
En la actualidad, esa concentración no solo persiste, sino que se ha intensificado. Y así, poco más de 100 corporaciones dominan la economía global, y están controladas indirectamente por unas 100 gestoras de activos como son: BlackRock, Vanguard, Fidelity, State Street y Capital Group, entre otras. Estas instituciones si bien representan a millones de inversionistas, el control efectivo de las mismas lo ejercen comités ejecutivos y juntas directivas que se componen por menos de 20 personas cada uno.
En términos de propiedad accionaria directa, se estima que menos de 2,000 individuos tienen el control real sobre esas corporaciones que generan la mayor parte del PIB mundial. Algunos de sus nombres son ampliamente conocidos como son: Elon Musk, que controla más del 50% de SpaceX y alrededor del 13% de Tesla. Bernard Arnault que, a través de Groupe Arnault, posee cerca del 47% de Moët Hennessy Louis Vuitton, mejor conocido como LVMH, conglomerado multinacional francés dueño de 76 marcas de renombre en todo el mundo. Mark Zuckerberg, que mantiene el control mayoritario de Meta con aproximadamente el 13% de acciones clase B. Jeff Bezos, que conserva cerca del 9.7% de Amazon. Warren Buffett, que posee aproximadamente el 15% de Berkshire Hathaway. Mukesh Ambani, que controla el 49% de Reliance Industries. Masayoshi Son, que tiene alrededor del 20% de SoftBank Group. Y, Michael Bloomberg, que mantiene el 88% de Bloomberg LP.
Pero lo más revelador es que muchos de estos individuos —y otros dentro del mismo círculo— también tienen participación directa en las instituciones financieras que controlan el resto del sistema. Por ejemplo: Vanguard Group, aunque estructurado como cooperativa sin accionistas externos, es gobernado por un comité ejecutivo cuyos miembros tienen influencia cruzada en múltiples corporaciones. BlackRock, la mayor gestora de activos del mundo que tiene como principales accionistas a Vanguard, Capital Group y fondos soberanos como el Kuwait Investment Authority y Temasek Holdings. Y State Street y Fidelity que también presentan estructuras donde los ejecutivos clave tienen presencia en juntas de empresas que ellos mismos gestionan.
En otras palabras, alrededor de los mismos 2,000 individuos que controlan directamente las corporaciones productivas también ejercen influencia decisiva —directa o estructural— sobre las entidades financieras que las administran. De esta manera son lo que puede llamarse “dueños de los dueños”.
Esta arquitectura de poder no solo es concentrada, sino auto referenciada. El capital se recicla en círculos cerrados, donde los votos corporativos, las decisiones estratégicas y las políticas de inversión se toman por ese grupo reducido que opera en múltiples niveles del sistema.
No obstante, la estructura prevaleciente de poder está siendo desafiada por un actor sistémico: China. Con una economía que representa el 18% del PIB mundial, el dragón oriental no replica el modelo occidental de propiedad individual. En su lugar, ejerce su fuerza a través de empresas estatales como Sinopec, ICBC y State Grid. Asimismo, vía corporaciones privadas con vínculos estatales, como Huawei, Alibaba y Tencent. Tambien, a través de Fondos soberanos como China Investment Corporation (CIC). Y vía bancos estatales que canalizan crédito hacia proyectos alineados con la estrategia geopolítica del Partido Comunista Chino, tanto en su país como en otras latitudes.
Esta forma de control no depende de individuos visibles, sino de una lógica institucional, planificada y diplomática. Es más opaca, más difícil de auditar, pero no menos efectiva.
La transformación que ocurre en el ámbito global explica, en parte, las agresivas políticas del presidente Donald Trump: restricciones a inversiones chinas, repatriación de cadenas de suministro, presión sobre aliados y una retórica proteccionista que busca defender el modelo liberal de propiedad privada frente a la lógica estatal emergente.
La pregunta no es si esto es legal, sino si es legítimo, pues cabe preguntar: ¿Puede una democracia sostenerse cuando el poder económico está tan concentrado y transnacionalizado? ¿Qué pasa con la neutralidad simbólica de las instituciones cuando los mismos actores económicos influyen en gobiernos, medios y mercados?
Hay que decirlo, la transparencia no basta. Se requieren trazabilidad, rendición de cuentas y una nueva forma de pensar el poder económico como un fenómeno institucional, no solo financiero. Porque si el control del PIB mundial está en manos de 2,000 personas —que además controlan las entidades que gestionan el resto— y estructuras estatales no electas, entonces el futuro de millones depende de decisiones que no pasan por las urnas, parlamentos ni legislaturas sino más bien, terminan pactándose en lo oscurito. Y todo esto, debe y tiene que cambiar.