¿Ayudan las mañaneras al crecimiento económico del país?
Estrategia$
Lunes, 18 de agosto de 2025
Durante los seis años de gobierno, las conferencias matutinas de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se convirtieron en el ritual político más destacado y constante del país. A las siete de la mañana, con puntualidad casi religiosa, el presidente tomaba el micrófono para hablar de todo: seguridad, economía, historia, medios, opositores, y hasta béisbol. Algo jamás visto en el actuar de los presidentes de México.
Claudia Sheinbaum heredó el formato y decidió continuar con esta práctica, aunque con un tono más técnico, menos anecdótico, y una duración más contenida. Pero más allá del estilo, lo que ha estado en juego es otra cosa: fijar los temas mediáticos del día y ejercer una manipulación propagandística acorde a los intereses de la llamada 4T.
Y ante tal despliegue, es válido cuestionar si dicho ejercicio ayuda al crecimiento económico del país. La respuesta directa es que las conferencias no tienen un vínculo directo, medible y sostenido sobre el desempeño económico del país. No obstante, si pueden tener un impacto indirecto que está condicionado por la calidad de contenidos. Si éstos promueven el que haya más certidumbre, más inversión y mejor claridad regulatoria, entonces ejercerán efectos positivos marginales. De lo contrario, como sucedió y sucede en muchas ocasiones, su efecto será negativo.
En este contexto, es necesario hacer otro cuestionamiento: ¿Qué implican realmente las mañaneras en términos de productividad institucional, costo fiscal y utilidad pública?
Antes debo resaltar que, conforme a estimaciones propias, AMLO dedicó en promedio 2.5 horas diarias a sus conferencias y una hora adicional de planeación previa. Esto equivale a 3.5 horas por día, 17.5 horas por semana (casi el 39% de una jornada laboral de 45 h/semana), unas 75 horas al mes y cerca de 900 horas al año. De tal manera que, a lo largo del sexenio, acumuló más de 5,400 horas frente al micrófono.
Claudia Sheinbaum, por su parte, si bien ha mantenido el formato de cinco días a la semana, sus sesiones han sido más breves: 1.5 horas de conferencia más 45 minutos de preparación. En total, 2.25 horas diarias, 11.25 horas semanales (alrededor de un 25% de una jornada laboral de 45 h/semana), unas 48 horas mensuales y cerca de 585 horas anuales, si se mantiene el mismo ritmo.
Pero ambos presidentes no han estado solos. En cada mañanera se involucran entre 8 y 12 funcionarios de primer nivel: voceros, técnicos, seguridad, logística y coordinación. En el caso de AMLO, el equipo sumaba alrededor de 40 horas-hombre por sesión, mientras con Sheinbaum la cifra ronda en 26. Si se multiplica por 240 sesiones anuales, el resultado es contundente: más de 9,600 horas-hombre al año en el caso de AMLO, y unas 6,240 en el de Sheinbaum. Sumando la participación presidencial, el total asciende a más de 10,500 horas institucionales por año en el sexenio anterior, y poco más de 6,800 en el actual.
El costo fiscal tampoco es menor. En el sexenio de AMLO, se estima conservadoramente que el gasto anual en producción, transmisión y personal superó los 100 millones de pesos. Una cifra suficiente para haber construido un hospital de primer nivel en el sexenio. Para Sheinbaum, la cifra anual ronda los 85 millones. Esto incluye el presupuesto del Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales (Cepropie), sueldos, logística y soporte técnico. ¿Y que hay el retorno de este gasto? Difuso, pues no hay estudios concluyentes que vinculen las mañaneras con mayor confianza institucional, inversión o eficacia gubernamental. Lo que sí hay son mediciones de veracidad: según el proyecto Spin, muchas afirmaciones presidenciales fueron falsas o imprecisas, lo que menoscaba el valor informativo del ejercicio.
Más preocupante aún es el carácter escenográfico del formato. Las mañaneras no han sido conferencias de prensa en sentido estricto. Los reporteros que asisten —muchos sin trayectoria profesional ni acreditación formal— suelen participar como parte del montaje, lanzando preguntas que refuerzan la narrativa oficial o permiten al presidente en turno extender sus monólogos. La interacción crítica, el contraste de fuentes y el escrutinio técnico están ausentes. Lo que se presenta como diálogo es, en realidad, una puesta en escena de control simbólico.
La pregunta clave no es cuánto cuestan, sino ¿Qué podrían haber logrado esas horas-hombre si se emplearan de otro modo y para fines más productivos?
Redistribuir cerca de 10,000 horas-hombre al año hubiera permitido realizar alrededor 250 diagnósticos sectoriales, 100 evaluaciones de programas sociales, o 50 simulaciones fiscales o industriales. En otras palabras, decisiones públicas más informadas, menos improvisadas y con mayor impacto económico. Porque mientras el micrófono se enciende cada mañana, los problemas estructurales del país no sólo siguen esperando turno, sino se agravan.
Las mañaneras no constituyen una política pública, sino una herramienta de manipulación. Si bien tienen un valor simbólico al generar narrativa, presencia y control de agenda, su costo institucional es alto y su retorno incierto, por decir lo menos. En tiempos de crisis, polarización y rezago estructural como se padece hoy día, en mi opinión, el país no necesita más micrófono. Lo que le urge es que se busquen e implementen soluciones. Lamentablemente, las mañaneras no tienen ese propósito. Al contrario, para fines de crecimiento económico y bienestar social son una pérdida de tiempo.